Las rutinas son buenas, pensé, mientras veía ir y venir niños y madres y abuelas y padres, arrastrando el sueño tras de sí.
Cruzar la calle, mirar de inmediato las hojas del gran árbol en cuya copa moran cientos de pájaros, y bajo cuya sombra caen cientos de hojas.
Los coches llevan y traen el apuro por llegar a alguna parte. Menos uno que ha estacionado con dos ruedas en la calle y dos en la acera. Dentro, su dueño parece dormitar.
Son casi las nueve, Look ya visitó los lugares de siempre y, al girar, un rayo de luz atravesó, completo, el parque.
Sonreí.
Huella de luz
el sol en la ventana
y en el parque
Al regresar sonreí sin un solo instante de descanso.
El día se abrió con un milagro.