De pronto, desaparecieron los ruidos, la ciudad, las torres y los tejados.
Sólo éramos él y yo.
Él, majestuoso y sencillo, él: saliendo siempre por el Este, perdiéndose por el Oeste.
Yo, ni del todo sencilla y tampoco majestuosa, yo: corriendo siempre del Este al Oeste y del Norte al Sur.
Me detuve y respiré.
Pude verlo convertirse en luz, bruma dorada, orla, óvalo, y por fin, El Sol.
Sobre los tejados donde habitualmente se encienden luces ciudadanas, él derramaba todo su color sin aspavientos.
Respiré y comprendí que, a veces, es bueno detenerse un momento a mirarnos en un espejo natural y aprender.
La trayectoria del Sol no es diferente a la rutina de los hombres, sin embargo, él brilla, nosotros, nos vamos apagando y envejeciendo.
Él sólo se dedica a seguir su trayectoria. Nosotros renegamos de ella.
Comprendí y volví a detenerme.
Lo seguí por todas las ventanas de la casa.
Era óvalo en una, y en otra, reflejo que me llegaba desde el edificio de enfrente. Uno de los tantos ventanales de la finca se había convertido en espejo en el que se reflejaba, avasallando toda urgencia.
Cantos de pájaros, aroma de azahares, reflejos de sol en un día recién estrenado.
Detente. Respira. Eso me digo a cada paso.
unos segundos
y el Sol en los tejados
de cada casa
y el Sol en los tejados
de cada casa
Ese segundo representa el instante, la vida...
ResponderEliminarMe gusta el relato, las fotos, el hk.
Bien Adri. Un beso
Hoy he vivido dos amaneceres... gracias Adriana.
ResponderEliminarCon cariño, Mercedes.
¡Hermoso, Adriana!
ResponderEliminarGracias por este regalo, y recordarnos esta maravilla cotidiana.
Testigos privilegiados de esta belleza única e irrepetible. Cada día...
Seamos protagonistas. Gracias.
Un beso.
¡qué hermoso Adri!!!
ResponderEliminarme llegan intensamente esas sensaciones que sentiste al ver amanecer y las fotos son muy bellas tb
MUCHOS BESOS!