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Para H. Cartier Bresson, en cada fotografía se imprime la decisión del ojo.

Como en una fotografía, en Haiku se imprime la decisión de la palabra para describir lo eterno. Sean bienvenidos a ésta parcela de mundo en la que vamos dejando, como huellas, nuestros.... instantes eternos.

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(Cuando cambia la mirada, cambia también el horizonte. Se ensancha, se amplía, tomamos conciencia de nuestra pequeñez. Es entonces cuando podemos vislumbrar a cabalidad que no estamos solos, que la presencia de otros nos enriquece y nos eleva.
Podrán leer en éste espacio a algunos amigos que comparten el gusto por la poesía japonesa, con quienes intercambio, crezco, aprendo y me proyecto.
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Según Vicente Haya, "nuestros haikus no deben tener otra pretensión que ser la palabra que acompaña a nuestra ignorancia. La palabra de un caminante que no sabe dónde está su meta... Ahí está la fertilidad salvaje del haiku. El haiku es una selva que nunca se termina de recorrer, en extensión, en profundidad… Cuando has acabado la selva de fuera, te queda la selva de dentro."

Invitados quedáis, pues..... al final de la página encontraréis una lista de reproducción que, si deseáis, os puede acompañar en el recorrido..... gracias por vuestra presencia.



sábado, 15 de marzo de 2014

HAIBUN. LESTER FLORES LÓPEZ (CUBA)




El puente sobre Casiguagua
 
Aguas urbanas, apacibles, avanzan bajo el paso de hormigón hacia la Chorrera, allí se adentrarán en la bahía y saldrán al océano, se alejarán de La Habana y de la isla. En esta frontera natural que impone la corriente dulce, la ciudad es cortada y empieza el oeste. Desde la altura de doble vía que conecta el Vedado con los barrios de la otra orilla, es agradable asomarse al parque boscoso, al curso claro de las aguas donde los paseantes reman y algún pescador hunde sus hilos. Pero esas son mis impresiones de transeúnte, ahora. En la memoria fluyen el paso de hormigón, mirado desde el bus por el niño al que llevaban de visita al oeste, y aquel paisaje de agua y frondosidad extendido como un gran lienzo luminoso.
 
Con el flujo del recuerdo, viene el día en que crucé el hormigón con mi amigo Rodney. La primera vez, quizás, que lo sentí bajo mis pies. Rodney había terminado su servicio militar, y se iría en septiembre a la universidad. Yo lo acompañaba a saludar a un viejo con quien trabajó en sus meses de boina roja en el cercano reparto Kolhy. De ese día, fluyen las imágenes de mis vistazos desde la altura vial, a las copas y las ramas tupidas de los laureles, los algarrobos, los almendros, los álamos, por cuyos troncos la mirada descendía hasta las aguas.  
 
Claro como la corriente, el recuerdo del camino transversal, suspendido en el aire iluminado. Ir escuchando al amigo contar sobre su año de reclutamiento forzoso, imaginarlo por mi cuenta desfilar por el hormigón, entre el paso marcial de los soldados británicos que van silbando una marcha jovial en el celuloide. Me contó que en las horas de entrada de la noche, cuando el tráfico de vehículos se volvía más intenso, era imposible cruzar de una acera a la otra, y que él le pagaría a quien lo consiguiera. Salimos a la avenida 23, y descubrimos una casa donde vendían prú embotellado, la bebida efervescente hecha con raíces, hojas y bejucos de los montes de oriente, y endulzada con azúcar y canela. El mejor que he probado, quizás, la memoria quiere que lo sea.
 
Ya transcurrieron más de diez años de aquel día. Y pronto habrá transcurrido un año de que mi amigo Rodney partió de Cuba, de que me dijera en el aeropuerto, antes del abrazo, antes de alzar las manos del adiós, que no regresaba más.
 
Todavía venden prú embotellado en esa casa. Creo que es el hombre de entonces al que he visto recién, cuando he andado cerca, antes o después de tomar el paso de hormigón, antes y después de la partida de Rodney, mi amigo. Y cómo saber si es él. No he vuelto a probar el mejor prú desde ese día perdido en la corriente.
 
El océano en que estas aguas se internan y se alejan es la frontera natural que circunda y encierra la isla. Y mi tiempo transcurre sin acercarse a su propia desembocadura, distinto del tiempo de todos los que partieron ya. Mientras, podría desfilar solo y con paso marcial desandando el camino, silbando aquella misma marcha jovial.
 
 
Río Almendares.
Al sol de atardecer
botes plateados.




Lester Flores López (La Habana, Cuba)

5 comentarios:

  1. Muy buen haibun, Lester.
    La intensidad de lo vivido, el paisaje tan claramente descripto y el tono de los recuerdos hacen del texto una lectura tan honda como grata.
    A lo que se suma el encanto del haiku.

    Gracias, amigo. Un abrazo.

    Gracias, Leti. Otro abrazo.

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    1. Algo tarde pero muchas gracias por su impresión, siempre, amigo mío.

      Lester

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  2. Juan Carlos, querido amigo.... cuánto agradezco que este sitio no esté seco y sin vida, porque vosotros lo mantenéis en pie! tengo la intención de volver al diario ejercicio de la mirada, por eso comencé por esta casa, en la que puse cimientos, y que fueron levantando, con aire de distintos aires, todos vosotros.
    Magnífico el viaje de Lester en este haibun, que nos lleva a recorrer la intimidad de su mirada, que nos invita a salirnos del mundo cotidiano para entrar en un paisaje que se vuelve vivo por su palabra.
    Gracias a Leti por publicarlo y desde el rincón de mi corazón en el que os guardo con mucho cariño y agradecimiento (sobre todo, agradecimiento), admirando vuestro trabajo constante (el mío tan diletante!) os abrazo en el deseo de que el sol o la luna ilumine esos cuadros que vosotros transformás en haikus, y que la vida sea benévola con cada uno de ustedes.

    Un abrazo

    Asami San

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    1. Muchas gracias a ti, y por la posibilidad de aportar estos granitos de arena en un espacio tan lindo. ¡Suerte!

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